16/3/09

Hoy,aprobación definitiva del Presupuesto Municipal 2009 y plantilla de personal


A partir de hoy, con la aprobación definitiva del presupuesto de este año, deja de estar vigente el presupuesto municipal 2008 y este blog suspende su actualización de entradas aqui.Desde esta inicativa blogera hemos querido ofrecer ,completa y fácil de consultar, la información que el Ayuntamiento no ha dispuesto y colgado en su web corporativa, en nuestra web "ciudadana" espacio donde los alicantinos deberíamos tener disponible los datos detallados de sus cuentas municipales(o sea,el documento presupuestario completo) para poder participar como vecinos y contribuyentes ,con coherencia y criterio, en el gobierno de la ciudad.Tambien desde este blog hemos querido ofrecer información sobre experiencias de presupuestos participativos y otras cuestiones relacionadas con las cuentas públicas municipales.Si el equipo de gobierno responsable actual vuelve este año a limitar y restringir la información online del presupuesto 2009 a un resumen generalista de las principales partidas de ingresos y gastos,de nuevo ,intentaremos volver a mostrar con otra iniciativa blogweb la información presupuestaria completa de este año y de paso continuar fomentando la cultura de la transparencia y el hábito político de dar cuenta claras de su gestión.Esperamos que esta modesta iniciativa haya contribuido algo hacia este fin. Hasta pronto y aqui os dejamos un interesante artículo de opinión.


¿Por qué hay tanta corrupción en España?

La principal causa de los escándalos es el alto número de cargos de designación política en las instituciones nacionales, autonómicas y locales. Son redes clientelares que viven de que su partido gane las elecciones

VÍCTOR LAPUENTE GINÉ
EL PAÍS - Opinión - 27-03-2009

Para los que estudiamos la corrupción a nivel comparado, la reciente oleada de escándalos en España no representa ninguna sorpresa. Países como Francia, Italia, Portugal o España llevan años mostrando niveles de corrupción y de calidad de gobierno más parecidos a los de países autoritarios en vías de desarrollo que a los propios de democracias capitalistas avanzadas con décadas de pertenencia a la OCDE. ¿Qué factores separan a estos países, y en particular a España, de las democracias libres de corrupción?

Una primera tentación que hay que evitar es la de afirmar que la corrupción está en "nuestra cultura". Se trata de un argumento peligroso e intelectualmente poco satisfactorio, pero que, sin embargo, goza de cierto predicamento en algunos círculos -posiblemente los mismos que afirmaban no hace tanto tiempo que la democracia representativa o el capitalismo no tenían espacio en nuestra cultura mediterránea y/o católica. Como un creciente número de estudios está demostrando, la causalidad parece ir en todo caso en la dirección opuesta: los países desarrollan "malas" culturas -o culturas donde predomina la desconfianza social- como consecuencia de unos elevados niveles de corrupción. Una segunda tentación a evitar es el impulso legalista, con mucho arraigo en España, uno de los países del mundo con una mayor proporción de abogados en sus administraciones. Desde la visión legalista, expuesta, por ejemplo, por el Tribunal de Cuentas en un informe sobre corrupción local, lo que explicaría la misma en España sería "la falta de regulación", que "permite un margen de discrecionalidad, no siempre acorde con la protección del interés público". Pero, ¿alguien puede de veras creer que la solución a la corrupción local consiste en regular todas y cada una de las actividades de estas administraciones? Sorprende comparar la actitud de nuestro Tribunal de Cuentas con sus equivalentes nórdicos: en ellos, en lugar de artículos con detallados procedimientos, encontramos simplemente alguna presentación de powerpoint señalando que el objetivo es evitar una "deficiente contabilidad", dejando discreción casi absoluta a los auditores públicos sobre cómo llevar a cabo su labor de fiscalización. Como la literatura moderna sobre corrupción señala, las causas de la corrupción no hay que buscarlas en una "mala cultura" o en una regulación insuficiente, sino en la politización de las instituciones públicas. Las administraciones más proclives a la corrupción son aquéllas con un mayor número de empleados públicos que deben su cargo a un nombramiento político. Y aquí, el contraste entre España y los países europeos con niveles bajos de corrupción es significativo. En una ciudad europea de 100.000 a 500.000 habitantes puede haber, incluyendo al alcalde, dos o tres personas cuyo sueldo depende de que el partido X gane las elecciones. En España, el partido que controla un gobierno local puede nombrar multitud de altos cargos y asesores, y, a la vez, tejer una red de agencias y fundaciones con plena discreción en política de personal. En total, en una ciudad media española puede haber cientos de personas cuyos salarios dependen de que el partido X gane las elecciones. Esto genera diversos incentivos perversos para la corrupción. Los empleados públicos con un horizonte laboral limitado por la incertidumbre de las próximas elecciones son más propensos a aceptar o a solicitar sobornos a cambio de tratos de favor que los empleados públicos con un contrato estable. En segundo lugar, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría del mundo occidental, donde los políticos locales están forzados a tomar decisiones junto a funcionarios que estarían dispuestos a denunciar cualquier sospecha de trato de favor, en España toda la cadena de decisión de una política pública está en manos de personas que comparten un objetivo común: ganar las elecciones. Esto hace que se toleren con más facilidad los comportamientos ilícitos, y que, al haber mucho más en juego en las elecciones, las tentaciones para otorgar tratos de favor a cambio de financiación ilegal para el partido sean también más elevadas. ¿Qué podemos hacer para reducir esta politización? La experiencia de otros países resulta ilustrativa. Por ejemplo, entre finales del siglo XIX y principios del XX muchas ciudades de Estados Unidos presentaban unos niveles de politización y corrupción tan estratosféricos como los reflejados en la película Gangs of New York, donde el gobierno de la ciudad aparece capturado por redes clientelares e incluso criminales. Unos años después, la extensa politización de las administraciones locales -y, de su mano, la corrupción- descendió de forma drástica gracias a reformas institucionales como la sustitución del tipo de gobierno strong-mayor (el tipo de gobierno local que predomina en España, en el cual un solo cargo electo, el alcalde y su mayoría de gobierno, acumula mucho poder) por el denominado city-manager. En esta nueva forma de gobierno, los cargos electos retienen la capacidad legislativa, pero el poder ejecutivo pasa a manos de un directivo profesional nombrado por una mayoría cualificada de concejales y por un periodo de tiempo no coincidente con el ciclo electoral, reduciendo así el grado de dependencia política. Este tipo de gobierno, o variantes del mismo, ha sido adoptado en las administraciones locales de los países occidentales que presentan menores niveles de corrupción. En ellos, el partido que gana las elecciones tiene las "manos atadas" a la hora de hacer nombramientos, porque existe un directivo profesional que gestiona la organización administrativa, o bien debe llegar a amplios acuerdos con otras fuerzas políticas, incluyendo con frecuencia a las de la oposición, para nombrar a cargos públicos. En general, se trata de buscar mecanismos institucionales para que se seleccionen empleados públicos cuya continuidad en el cargo dependa de su competencia o mérito y no de su lealtad política. Es importante subrayar que el nivel de competencia de los empleados no es sinónimo de lo que tradicionalmente se interpreta como sistema de mérito en España; es decir, unos funcionarios públicos seleccionados mediante oposiciones y con una plaza "en propiedad" de por vida, con independencia de su rendimiento. La evidencia empírica nos muestra que no es necesario tener una administración repleta de funcionarios para reducir la corrupción. Por ejemplo, los dos países menos corruptos del mundo en 2008, Suecia y Nueva Zelanda, eliminaron hace años el estatus funcionarial para la gran mayoría de sus empleados públicos, que en la actualidad se rigen por la misma legislación laboral que cualquier trabajador del sector privado. ¿Podemos aspirar en España a unas administraciones más flexibles y eficientes y, a la vez, menos corruptas? El principal obstáculo para ello es que aquí el debate público está atrapado entre dos visiones antagónicas e indeseables ambas. Por un lado, los partidos políticos que, amparándose en la rigidez tradicional de la administración pública, han fomentado instituciones que permiten una alta politización de la administración y, por tanto, generan corrupción. Por otro, los representantes de los cuerpos de funcionarios que abogan por el mantenimiento de un sistema de empleados públicos inamovibles. Quien obviamente paga las ineficiencias derivadas de la politización y de la rigidez administrativa son los ciudadanos. Aunque esta situación parezca irreversible, la experiencia de otros contextos debe infundirnos optimismo. Cuando activistas como Richard Childs -hombre de negocios y promotor de un tipo de gobierno local basado en directivos profesionales como los existentes en el sector privado- iniciaron su improbable lucha contra la politización y la corrupción que asolaban la mayoría de niveles administrativos en Estados Unidos hace ya más de un siglo, se enfrentaron a redes clientelares cuyo poder parecía inexpugnable. Sin embargo, triunfaron porque fueron capaces de movilizar los intereses de aquellos que en última instancia generaban la riqueza del país, convenciéndolos de que ésta se estaba malgastando no con malas políticas públicas, sino con malos políticos, o mejor dicho, con la pervivencia de malas instituciones utilizadas por los políticos para sostener sus redes clientelares. ¿Podrá alguien en España movilizar esos intereses?

Víctor Lapuente Giné
es profesor de Ciencia Política en el Quality of Government Institute de la Universidad de Gotemburgo (Suecia).

10/3/09

Oiga, que ese dinero es de todos

El uso de fondos públicos a la ligera desacredita la política y desata críticas - Los coches de Touriño, Gallardón o Barberá son calderilla en los presupuestos, pero chirrían en tiempos de crisis

PABLO XIMÉNEZ DE SANDOVAL 10/03/2009 - REPORTAJE EL PAIS

Un presidente autonómico se vio atacado recientemente por la oposición por gastar una barbaridad de dinero en un coche de lujo. Ante las críticas, decidió devolver el coche inmediatamente y pedir disculpas. Por poco no se produjeron dimisiones. Además, dio una rueda de prensa en la que dijo que comprendía que a los políticos les pueden parecer normal cosas que los ciudadanos no entienden. ¿No le suena la noticia? Es que no se trataba de Emilio Pérez Touriño.

La vicepresidenta de la Junta de Extremadura, Dolores Aguilar, presentó en noviembre su dimisión cuando el PP puso el grito en el cielo porque su departamento había comprado un Lexus de lujo de 68.000 euros para sus desplazamientos. La dimisión no le fue aceptada, pero la situación se resolvió devolviendo el coche. El presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, informó de que él tiene un Peugeot 407 (24.000 euros la versión más barata), aunque el coche de Presidencia es otro Audi A-8, sin blindaje ni extras comprado a precio de mercado hace cuatro años por su antecesor. Además de apoyar a Aguilar, Vara dijo lo siguiente: "Creo que todo esto no se puede despachar sin otorgarle la máxima importancia. Hay que aceptar primero que los ciudadanos no entienden determinadas cosas".

En efecto, lo normal para un alto cargo no tiene por qué ser entendido por el ciudadano de a pie de un país donde el sueldo medio son 21.000 euros brutos. Emilio Pérez Touriño podía haber hecho una llamada a su colega extremeño antes de despachar con desdén las preguntas sobre su coche -"siguiente pregunta", reiteraba-, una actitud que ha sido clave en la recta final de la campaña gallega. Su Audi A-8 blindado costó 480.000 euros, cinco veces más que el Lexus.

Tras el escándalo, Fernández Vara pidió al Parlamento regional que ponga por escrito un código de buenas prácticas que defina "lo que tenemos que gastar los políticos, los coches que tenemos que tener, a qué hoteles podemos ir, qué gastos protocolarios podemos hacer, qué compatibilidad hay entre cobrar sueldos y otros tipos de ingresos".

Si el Gobierno central siguiera los mismos criterios de gasto que la Xunta, sólo tendría presupuesto para 91 coches. El Parque Móvil del Estado, que da servicio al Gobierno y a altas personalidades en Madrid, lo componen 1.098 vehículos, en su mayoría coches (no cuentan los de las fuerzas y cuerpos de seguridad). Toda la flota ha costado 36.655.619,64 euros, según los datos oficiales. Los vehículos tienen unos cinco años y su valor actual sería un tercio de esa cifra. En 2008 nos gastamos 1.973.096,56 euros en reparaciones, que no está mal como factura del taller. También el año pasado nos gastamos 1.195.177 euros en gasolina para esos vehículos. Esta factura ha bajado desde 2005, cuando la cuenta de la gasolinera nos salió por 1.538.289 euros. Ahora son más ecológicos y consumen menos. A estos coches hay que sumarles 509 más de las delegaciones y subdelegaciones del Gobierno. La cifra supone un ahorro respecto a los 894 que había a comienzos del año 2008.

Más de coches. Gracias a Touriño hemos sabido que el coche del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, un Audi A-6, le cuesta a los madrileños 591.624 euros, en régimen de alquiler hasta 2012. La marca Audi parece también la proveedora por defecto para todos los cargos valencianos. El presidente de la comunidad autónoma, Francisco Camps, tiene un Audi A-8 del que se desconoce el coste. Como referencia, la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, se mueve en un coche igual que costó 267.336 euros. Barberá dispone de un segundo coche, igual que éste, alquilado con opción a compra. La presidenta de las Cortes valencianas tiene el mismo modelo, con otros dos vehículos alquilados con opción a compra.

El presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, también utiliza el A-8. La alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, heredó este modelo del anterior alcalde, valorado en 50.000 euros. El alcalde de Castellón, Alberto Fabra, se mueve en un A-6 valorado en 76.000 euros.

Los modelos A-8 que eligen los políticos son coches de unos 90.000 euros, según explica un portavoz de la empresa automovilística. Lo que dispara el precio hasta lo inimaginable es el blindaje, ya que no se hace de serie. Lo caro es elegir un coche a dedo y luego blindarlo, lo que puede costar unas 10 veces más que el vehículo, explican en Audi. En concreto, Audi ha ido cogiendo fama de ser un coche muy robusto, que soporta bien los kilos extra del blindaje. En otro orden de cosas, la marca considera que aporta "lujo sin ostentación".

José Joaquín Ripoll, presidente de la Diputación de Alicante, tiene un BMW 745 que costó 109.945 euros. El alcalde de La Nucia, Bernabé Cano, tiene otro BMW de 51.501 euros. En Andalucía, el consejero de Turismo se compró un Lexus de 66.780 euros, por cierto, el mismo por el que ofreció su dimisión la vicepresidenta extremeña.

El contribuyente puede acabar con la sensación de que en España si te dan un cargo vives el lujo gratis. El ex presidente balear Jaume Matas decidió que, para decorar su despacho, necesitaba un cuadro de 20 millones de pesetas del artista italiano Mimmo Paladino. Se lo compró en Arco. Cuando el ex ministro de Justicia Mariano Fernández Bermejo decidió remozar el piso del Estado en el que iba a vivir en Madrid, quizá no reparó en que la obra salió por más de 200.000 euros hasta que lo vio en los periódicos. El vicealcalde de Castellón, Javier Moliner, ha remodelado las dependencias municipales por unos 400.000 euros.

Son las cifras a las que está acostumbrada la Administración, pero que, como dice Fernández Vara, al ciudadano no tienen por qué parecerle normales. Quede claro que en todo lo aquí descrito no hay ninguna ilegalidad. Es una cuestión de prioridades. Los contribuyentes ponen el dinero, los políticos deciden las prioridades de gasto. Son anécdotas, y por eso salen en los papeles y los grupos de oposición de todo signo salivan como hienas ante cualquiera de estos casos.

José María Gimeno, profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Zaragoza y miembro de la Junta de Contratación de Aragón, se escandaliza como cualquiera de estas cifras. "Yo nunca podía imaginar que un coche costara eso", confiesa. "Yo puedo entender que se gaste ese dinero en seguridad el presidente del Supremo, pero en otros, sorprende". Lo mismo con el cuadro de Matas. Era una inversión para Baleares, pero "¿hasta qué punto es motivo de una Administración una inversión? Yo puedo entender que compre cuadros el Museo del Prado, o que se restaure un tapiz de un palacio del Estado, pero no que se compre un cuadro por inversión en un Gobierno".

Sin embargo, Gimeno quiere incidir en que esto son simples anécdotas. El verdadero despilfarro está en miles y miles de contratos "menores", sin concurso y totalmente opacos para el ciudadano amparados en la ley. La contratación pública es el 16% del PIB, recuerda Gimeno. El mal uso de ese dinero tiene consecuencias directas sobre la economía española.

Se refiere a que, para agilizar la Administración, hay un límite de 50.000 euros para obras y de 18.000 euros para cualquier otra cosa, por debajo del cual no hace falta concurso público. Es decir, se presenta la factura sin justificación, sin explicaciones, sin concurso y sin información pública. Eso es calderilla para un ministerio, y efectivamente es lo que le permite funcionar en el día a día. Pero un Ayuntamiento, con esos mismos límites, puede contratar todo a dedo sin dar explicaciones a nadie.

Esto genera "como poco, ineficiencia", dice Gimeno, ya que al no haber competencia el precio tenderá a ser más caro. "Pedir tres ofertas por e-mail no cuesta nada", insiste. "La Administración tiene su banco de licitadores, conoce a sus proveedores. Tampoco hay que pedir una oferta a Finlandia. Sólo hay que comparar, como haría cualquier particular". La contratación a dedo "nos hace ineficientes, y el siguiente paso a la ineficiencia es la corrupción". En el caso de los coches "seguro que está justificada legalmente su compra", dice Gimeno. "Pero la ley obliga a justificar la idoneidad y la conveniencia del gasto", y estos casos son discutibles "al menos estéticamente".

"La ley de contratos del sector público establece en su artículo 1 la obligación de las Administraciones de hacer una eficiente utilización de los fondos públicos, de controlar el gasto y adquirir bienes tras definir previamente las necesidades a satisfacer", explica José Antonio Moreno, profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Castilla-La Mancha y experto en contratación pública. Pero ésa es la teoría. "En el día a día de las compras públicas, uno de los mayores problemas es que, dado que la legislación permite algunos procedimientos excepcionales, las Administraciones acuden a ellos de forma generalizada". Los procedimientos que permiten saltarse todos los controles "se utilizan de forma laxa".

La ley prevé el procedimiento negociado (sin concurso) para una serie de casos como "imperiosa urgencia", "secreto" o "medidas de seguridad especiales". "Pero si interpretas en sentido amplio cualquiera de estos motivos, te puedes ir a ese procedimiento". Es decir, es fácil convertir la excepción en regla y adjudicar a dedo, sin publicidad y sin concurso. Utilizando "fórmulas genéricas" se puede colar cualquier gasto sin motivación por escrito.

Pero también tienen que fallar los controles internos, principalmente la intervención de las Administraciones. El interventor, el contable, está precisamente para que eso no pase. El problema es que si al interventor le justifican el gasto con esas cuestiones excepcionales, no puede poner pegas de ningún tipo. Si hay factura y hay presupuesto, hay que pagar.

Además, cuanto más pequeña es la Administración, más difícil es que los controles funcionen. Un interventor de una ciudad de más de 500.000 habitantes, que no quiere dar su nombre, explica que en un Ayuntamiento si te opones a un gasto "tienes al alcalde en el despacho de al lado". "Si pones objeciones a los gastos de personal, tienes a los sindicatos en la puerta". Además, "es un puesto designado a dedo, igual que se pone se quita". Todo esto "hace que los interventores no se pongan a cuestionar la oportunidad del gasto, se limitan a ver que cumpla con la ley de contratos y que tenga respaldo presupuestario, y ya está". En definitiva, "el criterio político se impone siempre" al criterio técnico.

Otras instituciones tienen sus propios sistemas de control. Las Cortes, por ejemplo, no rinden cuentas de sus gastos a nadie. Ni siquiera informan al Tribunal de Cuentas. Su autonomía es absoluta. Pero a cambio tienen un sistema de control muy eficaz: las Cortes tienen prohibido endeudarse. Es decir, el ciudadano sabe que su asignación de los Presupuestos Generales del Estado es todo lo que pueden gastar. El Congreso y el Senado funcionan con poco más de lo que se gasta el Real Madrid en fichajes en un verano.

Tras la discrecionalidad de los políticos y las trampas para evitar los controles, hay un último problema, la falta de información. No hay una cultura de fiscalización ciudadana de lo que hacen los políticos. En un ayuntamiento, por ejemplo, la oposición tiene todo tipo de dificultades para acceder a la información de los gastos más comprometidos. Se puede acabar un mandato sin que lleguen a ver nunca los papeles.

El Gobierno vasco (ahora en funciones) se ha hartado de contestar preguntas parlamentarias sobre los viajes de Juan José Ibarretxe y sus consejeros, como el que el presidente vasco hizo con una comitiva de 16 personas cinco días a EE UU.

Pero por lo menos el Gobierno vasco envió una detalladísima información al Parlamento sobre el viaje. Un senador del PP, Agustín Almodóbar, preguntó en noviembre cuánto había costado la participación de España en la cumbre del G-20 y cuántas personas fueron al viaje. El Ministerio de Exteriores le contestó por escrito lo siguiente: "La delegación española contó con los responsables de las áreas involucradas y con el apoyo de profesionales. (...) En cuanto a la dotación económica, es la habitual para este tipo de encuentros". A la vista de la respuesta, el senador ha repetido la pregunta. Posiblemente, aparte del Rey y el ex presidente José María Aznar, los ciudadanos no sepan cuál es el coste "habitual" de pasar un fin de semana en Washington con el presidente de EE UU. Y ya que el ciudadano es el que paga la factura, no estaría de más verla antes de la campaña electoral.

Con información de Joaquín Ferrandis, Ezequiel Moltó, María Fabra, Santiago Navarro, Lourdes Lucio y Andreu Manresa.

8/3/09

Corrupción. Más allá de los mitos

Manifestación celebrada en Tegucigalpa- ELMER MARTÍNEZ / AFP

Soborno, coima, mordida... Tres formas de denominar a la auténtica plaga de la sociedad actual. Una clave para frenar su expansión es mejorar la transparencia de la gestión pública y privada

S egún los tribunales americanos, Siemens pagó, entre 1998 y 2004, 40 millones de dólares en soborno a altas autoridades argentinas para conseguir un contrato de 1.000 millones de dólares para producir nuevos documentos de identidad. También pagó en 2004 en México 2,6 millones de dólares por un proyecto en modernización de refinerías. Estos sobornos eran, como aceptó la mayor empresa de ingeniería europea en los tribunales, parte de una práctica sistemática de décadas que fue aplicada en múltiples países. En los países muy corruptos, los sobornos eran casi el 40% de los contratos; en otros, del 5% al 6%. La empresa deberá pagar en total 2.600 millones de dólares en EE UU y Alemania en multas e investigaciones y reformas. Informa el New York Times que Friedrich, jefe de la División Criminal del Departamento de Justicia de Estados Unidos, señaló que la corrupción en ella "era sistemática y extendida"; el director del FBI de Washington que lideró la investigación la llamó "masiva y cuidadosamente orquestada". Tan insertada estaba la corrupción en la cultura corporativa que uno de los principales operadores de los sobornos, Siekaczek, alegando que eran prácticas extendidas, afirmó después de haber admitido su culpa: "La gente dirá después de Siemens que no hemos sido afortunados, que hemos roto el mandamiento número 11. Ese mandamiento dice: no permitas que te descubran".

Los costos económicos de la corrupción son altísimos, y los pagan finalmente los consumidores y los contribuyentes. Destruye la confianza, elemento clave de la economía. Socava el sistema de valores morales y crea nihilismo en los jóvenes.

Hay varios mitos respecto a ella que correspondería revisar en América Latina:

Primer mito. La corrupción es esencialmente pública. El caso de Siemens, y múltiples otros similares como, entre otros, la quiebra del principal banco privado dominicano hace algunos años, que absorbió recursos vitales para el país; el soborno comprobado realizado por ejecutivos de una transnacional líder en Argentina para vender masivamente informatización al principal banco público, han mostrado que la corrupción no es sólo pública. La corrupción corporativa es parte importante del problema global. En los hechos, los esquemas de corrupción suelen entrelazar a ejecutivos públicos y privados.

Hasta 1999 en que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) penó la corrupción, el código fiscal alemán, entre otros, permitía la deducción de los sobornos como "gastos de negocios". El Pacto Global de la ONU terminó de oficializar a la corrupción como tema para la empresa privada en 2004, al agregar la lucha contra ella como décimo principio de su Código de Responsabilidad Social Empresarial.

Segundo mito. La corrupción se concentra en las coimas que los ciudadanos pagan a funcionarios. La coima en los países de Suramérica, la mordida en México y otras similares son claras expresiones de corrupción que deben ser combatidas y erradicadas. Sin embargo, los costos mayores los paga la sociedad en las grandes operaciones de colusión económica, entre empresas y funcionarios, como los que se han dado, entre otros, en el mercado de armas y en otras formas de corrupción más silenciosas. Entre ellas, las connivencias entre el crimen organizado y miembros de la policía, la influencia sobre el sistema judicial, los crímenes medioambientales.

Uno de los grandes temas que surgen cuando se eleva la vista de las coimas es el de la transparencia de la financiación en los procesos electorales. En un incisivo estudio de Ethos y Transparency International en Brasil al respecto (2008), más de 2/3 de las empresas firmantes del pacto por la integridad y contra la corrupción consideraron sobre esta estratégica cuestión que "las empresas deben apoyar iniciativas de la sociedad civil que monitoricen la financiación de la política", "las empresas deben revelar sus donaciones políticas al margen de lo que hagan los partidos y los candidatos", "las empresas solamente deben apoyar candidatos comprometidos con la divulgación de las donaciones".

Tercer mito. La opinión pública latinoamericana es pasiva frente a la corrupción. Está sucediendo lo contrario. El latinobarómetro y la encuesta mundial de valores muestran un rechazo generalizado, una enorme indignación por la impunidad y la exigencia creciente por respuestas contundentes.

Cuarto mito. La corrupción es un tema básicamente policial. Una investigación de la Universidad de Harvard muestra que es mucho más complejo. Trató de medir en 100 países con qué causales estaba más conectada. Las correlaciones econométricas identificaron que la principal eran los niveles de desigualdad. Cuanto mayores son las asimetrías en una sociedad, élites reducidas tienen el control de las grandes decisiones económicas, de los recursos, de la información, y las grandes mayorías tienen grados mínimos de información y de participación real. En esas condiciones hay, según los investigadores, "incentivos perversos" para las prácticas corruptas, porque los grupos de alto poder no tienen control y pueden actuar con impunidad. La corrupción, a su vez, aumenta la desigualdad. Se ha estimado que un aumento de un punto en el índice de corrupción hace aumentar el coeficiente Gini de desigualdad en 5,4 puntos.

Cuanto más equitativas las sociedades y mayor la participación de las mayorías, en educación, salud, información e incidencia en las decisiones, mejor podrán vigilar, y protestar, y menor será la corrupción.

Estos resultados son particularmente significativos para América Latina, por ser la región más desigual del planeta. Uno de los costos silenciosos de la desigualdad son los incentivos para la corrupción.

¿Cómo combatir la corrupción en la región? Mejorar la equidad y superar los mitos señalados, y otros, profundizando sobre sus causas, son recomendaciones básicas.

Junto a ello son imprescindibles vigorosas políticas de reforma y fortalecimiento del poder judicial, apoyo a la profesionalización de las instituciones policiales vinculadas con la investigación de estos delitos, establecimiento de instituciones reguladoras sólidas y dotadas de capacidad técnica efectiva, gestión activa para la recuperación de activos en el exterior. Después de largas gestiones, el empobrecido Haití acaba de recuperar varios millones de dólares que la dinastía Duvalier había depositado en cuentas suizas.

Una clave para enfrentar la corrupción es ampliar las posibilidades del control social. Ello significa, entre otros aspectos, maximizar los grados de transparencia de la gestión tanto pública como privada e instalar mecanismos institucionalizados de participación continua de la población. Son significativos los resultados logrados con desarrollos en los que América Latina fue pionera en los últimos años, como el presupuesto municipal participativo de Porto Alegre, que se ha convertido en una referencia mundial en la materia y se ha extendido bajo diversas fórmulas a centenares de ciudades de la región. La apertura plena de los presupuestos, su análisis por la ciudadanía, su selección directa de prioridades, la rendición de cuentas, generaron una gestión local muy mejorada y redujeron sensiblemente los niveles de corrupción y de clientelismo.

A todo lo anterior deberá sumarse trabajar en la familia, la educación y los medios masivos para fomentar una "cultura de la transparencia y la responsabilidad". Ambos significan que el otro importa. La corrupción es lo contrario: egoísmo maximizado. En los noventa, en Argentina, donde este año se están llevando adelante 15 procesos judiciales contra políticos, ex funcionarios, empresarios y banqueros de esa década, algunos sectores de la población llegaron a invertir los valores. Los funcionarios y empresarios que robaban cubriendo sus operaciones eran percibidos como "unos vivos"; los que no lo hacían, "una especie de idiotas". La década de políticas ortodoxas extremas destruyó parte de la clase media y de las oportunidades para la mayoría de la población en ese y otros países de la región, pero, además, erosionó profundamente los valores básicos.

Las sociedades reaccionaron, pero hay que continuar trabajando ese plano fundamental. Los países que encabezan la tabla mundial de integridad, como los nórdicos, tienen altos grados de equidad, instituciones sólidas, un poder judicial ejemplar, pero, además, la cultura rechaza a los corruptos, son "parias sociales". La ilegalización "cultural" además de jurídica de la corrupción es la doble batalla a dar.

La investigación de Harvard es alentadora, concluye que "después de todo, la corrupción no es un destino".

Bernardo Kliksberg es autor de numerosas obras. La más reciente, escrita con el premio Nobel Amartya Sen, Primero la gente (Planeta/Deusto). Es asesor principal de la dirección del PNUD/ONU para América Latina.

fuente:EL PAIS - TRIBUNA